Manifiestamente incómodos e intolerables, incordiantes como se dice ahorita, barriobajeros chancletudos, con habla netamente escatologico, sin educación alguna, así eran aquellos bellacos que nos tocaba por vecinos.
Importada de América, existe una planta que el diccionario define como higuera de tuna. Es una planta de tallos suculentos grandes y aplastados, erizado de espinas que produce en la época estival un fruto de color blanco o rojo amarillo llamado higo chumbo, de ahí el nombre de chumbera de algunos topónimos conocidos, sin embargo desde la niñez hemos oído llamar a esta fruta higo pico.
Es necesario barrerlos bien, si es con una vieja escoba de palma mejor, para quitarle la mayoría de los diminutos aguijones que posee por millares, lavarlos bien con agua fría abundante y están listos para comer. Antiguamente se pelaban con un cuchillo como a cualquier fruta, se abrían por la mitad y se tendían a secar al sol y entonces, pasado un tiempo, se convertían en una “porreta”, un suculento manjar campesino muy dulce. No hay que abusar de su ingesta pues las numerosisimas “granillas” que posee pueden llegar a producir oclusión intestinal.
En la pequeña capital, atrasada y pueblerina, gran parte de la población era extremadamente humilde, obreros con escasos recursos y pobre educación. Tristemente, hay que decirlo, la iglesia pautaba las reglas. Aquella gente trabajadora repartía a voleo buenos deseos, porque pan no había, sin embargo los que teníamos parientes en el campo eramos acogidos por éstos los fines de semana, como plaga de cigarrones, las bocas se multiplicaban. En la época veraniega florecían las pencas y las higueras de leche, verdaderos atracones para matar a quien te mata eran seculares y esperados, regresábamos a casa hartos como cochinos y con unos cuantos picos en las manos y el resto del cuerpo.
Ocasionalmente cuando los vecinos se hacían con alguna decena de estos sabrosos higos alguno preguntaba ¿a cuantos higos pico tocamos?Nos resultaba chocante y hasta divertido que hubiera que contarlos para comerlos mientra nosotros teníamos ya la panza requintada como un tambor nuevo.
Cosas de niños, cosas de otras épocas evocadas sin rencor.