Te cuento lo que acontece cada
día, cada noche en estas tierras. Esos lugares no son recordados con melancolía
ni dolor, tampoco tristeza, quizás una pizca de nostalgia. No es un mundo
novedoso ni original, común a casi todos, es la comunidad.
Acabadas las labores
cotidianas de cada cual, todos se recogen en el hogar. Languidece el día y la
luz diurna se difumina paulatinamente en el horizonte lejano, las sombras se
abren paso, van al encuentro del sol que nunca alcanzan.
Comienza otra etapa propia,
carismática del lugar y de la época, sin alumbramientos modernos que hoy lo
opacan todo. Es un mundo increíble, sano, vigoroso, generoso en trabajo y
esfuerzo.
Cuando las sombras de la noche
lo ocultan todo, lucen nuevas claridades, las estrellas nos regalan su
esplendor y la luna nos ofrece su diáfana luz.
En el núcleo familiar se
encienden mechurrios, velas, quinqués, lámparas de aceite o petróleo o quizás
carburo. El ambiente se torna lúgubre y refleja por doquier infinitas siluetas
que los mas pequeños interpretan fantasmagóricas. Las luces amarillean personas
y objetos, distorsionan las formas los volúmenes y el color.
En ese escenario particular se
reúnen todos, adultos y pequeños, posiblemente en torno a una hoguera. Cada
cual comenta una historia, un relato, un cuento o una anécdota, pero son los
mas ancianos los que atraen la atención de todos, son los que guardan la
memoria, los que embrujan a los mas jóvenes. La atención es total cuando
florecen las antiguas historias de la tierra o quizás de algún lugar lejano y
desconocido porque siempre existió un viajero que contó lo que vio en otros
lares allende el mar.
Las historias pasadas fascinan
y despiertan todo el interés de la concurrencia. Son los cuentos triviales de
hechizos, brujas y encantamientos lo que atrae particularmente y espeluzna a
todos, los pequeños irán a dormir con algún temor. Mañana en el devenir del día
habrá que coser en la memoria estas historias porque hay que continuar la
tradición.
El entorno escaso de
originalidad la infancia y la familia son calcos de cualquier otra. Las moradas
son austeras y humildes, la familia extensa, el alimento escaso y el hambre se
reparte generosamente.
El progenitor trabaja para el
cacique, el abuelo en la escuálida huertita a la que exprime. No conocieron la
escuela sin embargo poseen esa innata sabiduría no contaminada que les ha
ofrecido la naturaleza. El ambiente rústico y la educación estricta, el amor
fraterno lo inunda todo con calidad. El hogar es un fuerte aglutinador. Las
remembranzas son mezcla agridulce, como miel y limón.
El humilde hogar es modesto en
demasía, construido en piedra seca hábilmente tallada, pocas son las estancias,
fuera o en lugar apartado el fogón con tres teniques, la techumbre fabricada
con los restos de los cereales de cosechas pasadas, mobiliario escaso y
rudimentario. A diario se sucede un milagro para el acomodo familiar. Huele a
leña, a fruta fresca, a gañania, a puchero y a bosque, los pocos animalitos
danzan con libertad por doquier, los niños juegan sin descanso con cualquier
cosa encontrada en el entorno pues los materiales son abundantes y generosos en
la naturaleza. No se sabe con certeza lo que falta porque se ignora y son ricos
en sangre abundante que bulle en las caras rosadas, en el corazón, en las
arterias, es la noble sangre de los ancestro que se abre paso, sangre fuerte
que fluye en nosotros como manantial eterno para continuar contando historias
nuestras en el futuro, quizás en otras latitudes.
Las sensaciones en el espacio
se multiplican en controvertida abundancia. A la calma del lugar le sucede una
erupción espontanea que empuja a la acción y nuevamente la paz. Suceden
metamorfosis de las cambiantes atmósferas, de la tristeza se pasa a la alegría
que se condimenta con el canto aprendido que la colectividad ha heredado.
Existe un canto sublime para cada ocasión, para cada sentimiento que aflora.
El ambiente, a pesar de todo,
es fértil para la ensoñación. Hay una amplisima paleta de colores, el aire es
límpido, se reflejan multitud de verdes, los azules celestes cambian con
inusitada frecuencia y el ocre de la tierra compite en variedad. Colinas,
valles y montes se engalanan con solícitos colores mientras alguna fuente nos
regala los oídos y la vista. No es el paraíso sin embargo se parece con extraña
coincidencia.
Las Afortunadas contienen
infinitas historias por contar , las conocidas son escasas, erróneas o
tergiversadas con malévola intención. Se cuestiona profundamente el latinismo
de fortunadas.
En nuestro entorno conocemos
amigos y familiares que por generaciones emigran a otras tierras en busca de lo
que la propia les niega, el derecho a una vida digna, aún hoy es utopía.
En desvencijadas goletas se
han marchado nuestros paisanos, con el hato al hombro con la escasa
pertenencia.
La familia queda rota y el
porvenir es incierto para el que parte y la magua anida en los que se quedan.
El viaje es una aventura con riesgo en las vetustas naves, las viandas pocas,
el trayecto largo y penoso. El final, que es comienzo, incierto. Descubrir una
libertad no conocida, oportunidades que la tierra propia no ofrece son éxitos,
el isleño es bien recibido generalmente, por su talante y esfuerzo en el
trabajo. La esperanza de nueva vida alienta a todos y los viajes se suceden con
harta frecuencia, el soplo de vida se paga con sangre.
Algunos viajeros no regresaran
jamás y los lazos quedan desunidos, estos enraizaran el nueva tierra, quedan
injertados y florecen otras ramas con fruto nuevo. Los que regresan si portan
plata se ufanan de lo alcanzado, otros retornan derrotados buscando sin acierto
el lugar vacío.
Encontraran efímeros cambios,
alguna casa, una nueva calle, una placita, otra escuela donde enseñar la añeja
monserga, una radio. Serán recibidos con algo de desconfianza como foráneos, no
pertenecen a patria alguna. Notaran con sintomática extrañeza que los adelantos
que conocieron allá, la apertura mental, acá no se ha establecido, todo está
quieto, quizás nunca lo haga, las formas establecidas desde antaño han
enraizado y no ha cambiado nada, el pueblo continua siendo un rebaño necesitado
de pastor que los guie en trashumancia a nuevos pastos.
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